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viernes, 7 de junio de 2019

SABIDURÍA O TECNOLOGÍA


Uno sigue perplejo ya que por estar sentados frente a la pantalla nos olvidamos de todo e incluso de saber cómo le fue en su día nuestros familiares ya que nos hipnotiza, nos hace entrar en un letargo que nos incapacita de hacer algo productivo ya sea para el biencomún de la familia o un bien personal. 

Esta tecnología está haciendo que el ser humano pierda algunos de sus sentidos ya que nos acostumbramos a ver una gran luminosidad para poder apreciar algo hermoso y sordos por acostumbrarnos a escuchar muy alto el volumen que nos olvidamos de escuchar el murmullo de la naturaleza que nos rodea. 
Ernesto Sabato : la resistencia 



«Lo verdaderamente inquietante, con todo, no es que el mundo se tecnifique enteramente. Mucho más inquietante es que el ser humano no esté preparado para esta transformación universal; que aún no logremos enfrentar meditativamente lo que propiamente se avecina en esta época.»
 Martin Heidegger: Serenidad, 1994.



«Ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre.» 

Martin Heidegger


En los últimos 20 años, empezamos a darnos cuenta de lo parecido que se está haciendo el mundo. Actualmente, personas de todo el mundo usan zapatillas Nike, camisas de Zara, un móvil de Samsung y tienen un perfil den Facebook, por ejemplo. Y muchas ciudades se parecen por los centros comerciales, aeropuertos o rascacielos que se han desarrollado. Esto nos ha llevado a la disminución de las identidades únicas y la pérdida de características tangibles de las culturas, tradiciones y diseños locales. Muchos lo achacan a la globalización. Muchos acusan a Internet y a las nuevas tecnologías. Unos menos creen que en la era de las oportunidades es más seguro copiar que crear, encajar que destacar. Otros no. El despertar de la conciencia en ámbitos como este abren la puerta a nuevos debates. Uno de ellos, tan intenso como complejo es el de la relación del ciudadano del siglo 21 con las cosas. Especialmente aquellas nacidas en este siglo y con un alto componente tecnológico. Muchos dispositivos ya se han transformado en extensiones naturales del hombre; prescindir de ellas es como perder un sentido. La relación entre el hombre y sus cosas tiene algo de síndrome de regresión: como un niño se aferraba a su muñeco o su peluche, la necesidad de no despegarse de su «extensión» es crónica. Los objetos son como chupetes electrónicos que calman, en la fase consciente, pero el uso excesivo de la cosa genera en el plano inconsciente un impacto no del todo positivo. El hombre sin su «cosa» se siente perdido, agobiado, angustiado, ya no se siente prisionero de sí mismo, sino de las cosas.



Cuando Protágoras afirmó que “el hombre es la medida de todas las cosas” no imaginó ni por un instante que siglosdespués las cosas serían la medida del hombre. Coincidiríamos con el griego en dos cosas, la primera en que su afirmación implicó cierto relativismo cultural (cada sociedad actuaría como medida de las cosas y la segunda es la carga antropocéntrica, que pone al ser humano en el lugar central de la cuestión.



Lo que sucede desde que existe Internet es que el acceso a la información ha abierto la caja de pandora. Con dicho acceso podemos recorrer todo el mundo sin levantar las nalgas de la silla.

Pero Internet no ha sido ni es responsable de una cultura que se copia, imita, emula, repite formulas ya creadas por otros. Tan sólo lo pone al descubierto.




Es por ello que llama la atención, que algunos autores e intelectuales, como Jonathan Franzen y Mario Vargas Llosa, presentan a Internet como causa y síntoma de la homogeneización y la trivialización de la cultura. ¿Es acertado acusar a Internet de haber incautado la cultura? ¿A medida que aumenta la frecuencia de la expresión, su fuerza disminuye, o sucede lo contrario? ¿Existía un debate cultural más amplio previo a Internet? ¿Existe ahora? ¿Ha llegado el momento en que el impacto cultural de los medios de comunicación digitales se someta a una severa re-evaluación?



Internet también es cultura, es parte esencial de nuestra nueva cultura. La celeridad en la que nos encontramos no es responsabilidad de Internet. Pero gracias a Internet hemos descubierto, conocido, compartido nuevas formas de expresión cultural, nuevos artistas, nuevos autores, nuevos pensadores. Es probable que no estemos atravesando la era más brillante en cuanto a ideas y creaciones se trata, pero gracias a Internet, por ejemplo, podemos decirlo, compartirlo, denunciarlo, si fuese necesario.





Al confundir el avance de la tecnología con el progreso social, hemos sacrificado nuestra capacidad de ver la tecnología con claridad y de diferenciar sus efectos. La innovación tecnológica nos facilita nuevas herramientas para ampliar nuestras aptitudes, centrar nuestro pensamiento y ejercer nuestra creatividad; expande las posibilidades humanas y el poder de acción individual. Pero, con demasiada frecuencia, el mal uso de las tecnologías tienen el efecto contrario. Dicho mal uso de las herramientas de la era digital están engendrando una cultura de distracción y dependencia, una subordinación irreflexiva que acaba por restringir los horizontes de la gente en lugar de ensancharlos.



Immanuel Kant estableció que la naturaleza humana está determinada por la “insociable sociabilidad”. Es curioso que en aquella época en la que los dispositivos e Internet brillaban por su ausencia el hiciera referencia a la versión antigua de soledad compartida o compartiendo en soledad.

“El hombre tiene una inclinación a entrar en sociedad, porque en tal estado se siente más como hombre, es decir, que siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una gran tendencia a aislarse; porque tropieza en sí mismo con la cualidad insocial que le lleva a querer disponer de todo según le plazca y espera, naturalmente, encontrar resistencia por todas partes, por lo mismo que sabe hallarse propenso a prestársela a los demás” escribió Immanuel Kant

¿Ha sido la revolución digital la causante de nuestro “aislamiento” emocional? ¿Han sido los dispositivos quienes nos han exiliado del aquí y del ahora?

Poner en duda los beneficios de la revolución digital no es oponerse a la tecnología ni al progreso. Es pedir más a nuestros innovadores, a nuestros tecnólogos, a nuestras herramientas y sobretodo a nosotros mismos. Es situar la tecnología en el plano humano que le corresponde. Es despertar de la comodidad del culo sentado en la silla y transformar la pasividad en acción.

 Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes.






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